Como el Señor nos recuerda hoy, y con razón, que las acciones humanas en las que Dios se cuela hay que contarlas, y poner el celemín bien alto para que todo el mundo lo vea, os voy a contar una historia verdadera y recientísima. Todo empezó ayer. Tuve un par de funerales, aunque las familias me recordaron que querían una celebración de acción de gracias por la huella que los difuntos habían dejado en los suyos. En el momento de la paz, el hijo de la difunta me estrechó la mano y me dijo, ?¿dónde está Dios??. Se le escapaba de las manos el dolor tan terrible, y necesitaba una verdadera respuesta, no una cualquiera. Curiosamente, hizo la misma pregunta que todos los teólogos se han hecho cuando se han puesto a diseccionar el horror de los campos de concentración nazis. Entonces le respondí, ?mira, sólo tú puedes responder a esa pregunta si la formulas hasta el fondo. Aguántala todo el tiempo que puedas, porque necesitas que Él mismo te la responda, pero no abandones jamás esa pregunta, jamás?.
Esta semana, con motivo del día de la Memoria, están saliendo muchas historias maravillosas sobre experiencias tras el horror de Auschwitz. He leído una que me ha ayudado mucho a rezar. Es la historia de un matrimonio húngaro, el poeta Miklos y Fanny, profesora de secundaria. Los nazis ocupan Hungría en el 44. El matrimonio se separa porque los soldados prenden a su marido. Ella dice a los captores que preferiría que le cogieran a ella y no a él, pero él es finalmente deportado en un campo de trabajo, y no vuelven a verse. Sin embargo, le escribe a su mujer: ?Eres tú quien da sentido a mi vida, permaneceré con vida por ti?. La guerra termina, ahí permanecen 18 meses sin noticias de él. Y ella, que lee y relee aquella promesa, se da cuenta de que le dijo: ?permaneceré con vida?, no dijo ?volveré a la vida?. Por eso lo va a buscar al campo en el que fue deportado. Se lo encuentra vacío. Pero quien ama no se da por vencido y continúa buscándolo, pero ¿dónde? Descubre que los prisioneros habían sido deportados a una localidad vecina, Bor, en Serbia. Y mientras pasea por el pueblo ve unos macizos de flores blancas sospechosamente elevados sobre un túmulo de arena.
Entonces pide a los soldados que excaven allí. Ellos no se resisten al dolor de aquella mujer loca, y por piedad le hacen caso. Sin embargo ella es la única lúcida, la única que ama, la única que sabe ver bien. Las raíces de aquellas flores blancas son los cuerpos de una fosa común donde hace año y medio fueron echados los prisioneros muertos. Ahora sólo serán huesos irreconocibles. Pero de repente Fanny descubre un abrigo que le es familiar, es? el abrigo de su marido. Mira en el bolsillo derecho y descubre una libreta con una letra inconfundible que le habla a ella en forma de poesía: ?mira querida, el campo duerme, los sueños susurran, soy el único que estoy levantado, saboreo una colilla en vez de un beso tuyo, el sueño tarda en llegar, quizá porque no puedo morir ni vivir más sin ti?.
Qué razón tenía Viktor Frankl: en el campo de exterminio, resistieron aquellos que tenían un objetivo, un sentido en la vida. Para Miklos era Fanny. Con ella durante los días de prisión había mantenido un diálogo en versos en el único tiempo verbal que conoce la poesía: el eterno presente. Y en unos versos que tituló ?Cartas a la esposa? le escribe: ?No sé cuándo podré verte de nuevo, bella como la luz, bella como la sombra, pero volveré a verte aunque esté ciego o mudo. Esposa y amiga, sé que volveré a verte. He recorrido por ti la largueza interminable del alma. Aunque sea a través de la magia, atravesaré brazos de púrpura, llamas que crepitan, pero volveré?.
Lo mataron, pero su escritura había trazado la vía del retorno, de hecho el cuaderno que Fanny tenía en la mano es la única colección de poesía que ha sobrevivido a un campo de concentración. Miklos mantuvo su promesa, ?permaneceré en la vida por ti?, por ti significa gracias a ti. Dios había escuchado la oración que Fanny repetía cuando capturaron a Miklos, ?llévenme en su lugar?. Dios siempre escucha. Porque las oraciones no sirven para cambiar la realidad, sino para cambiar a quien las hace. Y así Fanny vivió hasta el 2014, 102 años haciendo memoria de Miklos. Los años que le quitaron a él se le regalaron a ella, que no dejó de repetir su nombre al mundo sobre el horror del nazismo.
Coda: En el otro bolsillo del abrigo, Fanny se encontró dos fotografías. Una era de una Fanny pequeña, la otra también de ella, ya mujer. Las tenía Miklos cerca del corazón, para acordarse de que amar es custodiar el destino del otro. Permaneció vivo por ella. Porque hacer memoria no es acumular sentimientos, sino dar vida. Fanny se preguntaría muchas veces dónde estaba el Dios en quien creía durante aquellos años espantosos. Pero jamás se sirvió de aquella pregunta para justificar su inexistencia, porque conocía la respuesta: ?Yo estaba donde estaba el amor, estuve donde estaba el dolor, estuve donde estaba tu marido, estuve donde estabas tú. Estoy donde estáis vosotros. Y allí me quedaré siempre?.